sábado, 18 de junio de 2016

Relato: "Cinco Segundos"

Me hace mucha ilusión poder compartir mi primer relato oficialmente publicado. Lo escribí para un concurso de literatura y aunque no gané, me quedé cerca, así que espero que tenga un nivel adecuado y que os guste ;)

Cinco segundos

El sonido del tranvía hizo que Julián se despertase, sobresaltado. Los rayos del crepúsculo bañaban los edificios de la plaza España, reflejándose en las ventanas de aquellos antiguos edificios, mientras el bullicio se hacía cada vez más prominente en las terrazas de los bares cercanos. Sin ninguna expectativa, Julián se destapó y alzó la vista. Ese día sólo había conseguido recaudar unas pocas monedas y un billete.
     —   Con esto no me llega ni para una cena decente… —pensó Julián, abrumado todavía por la siesta.
Decidió empezar a recoger sus pertenencias, era hora de buscar algún sitio para dormir aquella noche. Todavía no había llegado la primavera y las noches eran bastante frías, por lo que si no se daba prisa, ya le habrían quitado el puesto en los cajeros y esquinas más cercanos. La gente apartaba la mirada cada vez que pasaba delante de él. Era como si la ignorancia se hubiera vuelto una característica universal en las personas, como si conforme pasaba el tiempo, la empatía y la buena fe se fuera evaporando en la sociedad, dejando paso a la desconfianza y la indiferencia.
   —   Los mendigos somos un estorbo en esta sociedad —murmuró Julián— nadie se pregunta cómo hemos llegado a esta situación, aunque quizás, si yo estuviera en ese lugar, tampoco lo haría —reconoció al final, cabizbajo.
No había terminado de guardar todo en la mochila cuando escuchó a lo lejos un móvil, cuyo tono de llamada le resultaba familiar. Sin pensarlo ni un segundo, alzó la vista y al ver lo que se acercaba, deseó no haberlo hecho.
Un hombre alto y con traje respondía el teléfono conforme avanzaba por la acera. Julián lo miró fijamente, observando su cabello castaño y corto, los hoyuelos al sonreír, y la peca en la frente. Al mismo tiempo, aquel joven giró la vista al sentirse observado. No podía creer lo que tenía ante sus ojos. Su corazón dio un vuelco y sin darse cuenta, se paró durante un instante. No habían transcurrido más de cinco segundos cuando apartó la mirada y prosiguió su camino, con paso decisivo y sin mirar atrás.
Julián bajó la vista, avergonzado, y empezó a rebuscar por uno de los bolsillos laterales de su mochila, hasta que encontró lo que buscaba: la carta que estuvo a punto de darle a aquel hombre que acababa de ver hacía dos segundos. La desplegó y comenzó a leerla por enésima vez:

“Zaragoza. 21 de marzo de 2008.
Jacobo, hijo, sé que he hecho las cosas mal desde el principio y que te debo una explicación. No espero que me perdones, pero sí que quiero que me creas porque aunque he sido un mentiroso todos estos meses, ya no tengo motivos para serlo más. Estoy acabado, ya lo sabes. No he sabido manejar la situación y por ello siento repulsión hacia mí mismo, hacia mi forma de ser. Desde que tu madre murió, nos hemos ido precipitando como simples fichas de dominó. Ella fue siempre el pilar fundamental de mi vida, y no mi trabajo, como ella y vosotros os pensabais. Ser empresario de una constructora no era el sueño de mi vida, pero sabes que te tuvimos siendo muy jóvenes, y me costó años llegar hasta ese puesto. Desde que la prensa empezó a anunciar la creciente crisis inmobiliaria, dejé de descansar por las noches. Y entonces pasó: la burbuja que llevaba meses inflándose, explotó violentamente, salpicándonos a todos. La demanda cayó en picado como los esquiadores en los juegos olímpicos, nuestra producción se redujo a números inimaginables hace unos años. Aquella rentabilidad de la que presumíamos se desvaneció, fue la bofetada que me sacó de lleno de esos pensamientos nacidos de la más propia ignorancia. ¿Por qué? Porque no escuché tus consejos, Jacobo. El dinero que llegamos a ganar me dejó sordo y ciego, completamente. No sólo fui aconsejado por algunos de mis compañeros de la empresa, sino que fuiste tú el primero que alegó a una posible crisis, intentando advertirme de las consecuencias que podían acaecer en una situación así. Yo siempre te he querido mucho, pero ya me conoces, no es algo que demuestre muy a menudo. Nunca llegué a aceptar que no querías tomar las riendas conmigo y proseguir la línea en este negocio. Tú siempre habías soñado con ser médico. Todavía recuerdo aquella tarde de junio, cuando te acababan de mandar tus resultados de la Selectividad y nos contaste a tu madre y a mí cuál era tu verdadera vocación. Fui un completo egoísta y fue entonces cuando vi que te perdía. Nunca he sido el mejor padre, lo reconozco, pero he trabajado muy duro para que nunca nos faltara de nada. Entonces te ofrecieron la beca para estudiar en Inglaterra, y la aceptaste a pesar de mi opinión al respecto. Pensé que eso no era lo mejor para ti, pero un tiempo después, cuando vi que estabas triunfando, me sentí orgulloso y no dudé en hacértelo saber. Llegaste a ser un médico excelente, pero no entendías el mundo empresarial en el que yo estaba sumido y es quizás por eso, por lo que no quise confiar en ti. Fui demasiado estúpido para no darme cuenta de que también entendías la empresa, y decidí ignorar rotundamente todo lo que me decías sobre ello.
No sólo había perdido la empresa, sino que estaba totalmente arruinado y no tuve el valor suficiente como para pedirte ayuda. Tú habías decidido retirarme la palabra, harto de mi actitud. A pesar de mi egocentrismo, siempre he sido un tipo muy reservado y, es por ello por lo que decidí aislarme en esta depresión que me está consumiendo. Sólo te pido que algún día llegues a ponerte en mi lugar, pero por favor, sé lo más feliz que puedas. Disfruta de tu mujer, y del hijo que esperas y, sobretodo, afronta los obstáculos de la vida y no hagas como tu padre, que siempre ha ido a machacarlos para así intentar sobrepasarlos.”

Julián terminó de leer la carta mientras sentía que una pequeña lágrima se deslizaba por su mejilla derecha.
     —   Dos años desde aquel día en el que decidí guardarme esta carta en vez de entregarla, como gran cobarde que soy— murmuró Julián entre sollozos— y el dolor del motivo por el que lo hice sigue perpetuo ahora.

Abrió el bolsillo donde tenía siempre guardada la carta cuando otro papel asomó en él. Cuando Julián lo vio, lo reconoció al instante: era el informe médico de aquel 21 de marzo de 2008 que, unas horas antes de quedar con Jacobo para entregarle aquella carta, le informaba de su desarrollo de un cáncer de pulmón en estadio IV, empezando a originar una metástasis en los órganos más cercanos. Julián suspiró y emprendió su camino, con ritmo tranquilo. El sol terminaba de esconderse mientras él reflexionaba sobre cómo sería sorprendido por la muerte. Hoy mismo, dentro de unos meses…sus propias expectativas habían sido superadas, mientras esperaba con cautela aquel final que lo aguardaba.

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