Me hace mucha ilusión poder compartir mi primer relato oficialmente publicado. Lo escribí para un concurso de literatura y aunque no gané, me quedé cerca, así que espero que tenga un nivel adecuado y que os guste ;)
Cinco segundos
El sonido del tranvía hizo que Julián se despertase,
sobresaltado. Los rayos del crepúsculo bañaban los edificios de la plaza
España, reflejándose en las ventanas de aquellos antiguos edificios, mientras
el bullicio se hacía cada vez más prominente en las terrazas de los bares
cercanos. Sin ninguna expectativa, Julián se destapó y alzó la vista. Ese día
sólo había conseguido recaudar unas pocas monedas y un billete.
—
Con
esto no me llega ni para una cena decente… —pensó Julián, abrumado todavía por
la siesta.
Decidió empezar a recoger sus pertenencias, era hora
de buscar algún sitio para dormir aquella noche. Todavía no había llegado la
primavera y las noches eran bastante frías, por lo que si no se daba prisa, ya
le habrían quitado el puesto en los cajeros y esquinas más cercanos. La gente
apartaba la mirada cada vez que pasaba delante de él. Era como si la ignorancia
se hubiera vuelto una característica universal en las personas, como si
conforme pasaba el tiempo, la empatía y la buena fe se fuera evaporando en la
sociedad, dejando paso a la desconfianza y la indiferencia.
—
Los
mendigos somos un estorbo en esta sociedad —murmuró Julián— nadie se pregunta
cómo hemos llegado a esta situación, aunque quizás, si yo estuviera en ese
lugar, tampoco lo haría —reconoció al final, cabizbajo.
No había terminado de guardar todo en la mochila
cuando escuchó a lo lejos un móvil, cuyo tono de llamada le resultaba familiar.
Sin pensarlo ni un segundo, alzó la vista y al ver lo que se acercaba, deseó no
haberlo hecho.
Un hombre alto y con traje respondía el teléfono
conforme avanzaba por la acera. Julián lo miró fijamente, observando su cabello
castaño y corto, los hoyuelos al sonreír, y la peca en la frente. Al mismo
tiempo, aquel joven giró la vista al sentirse observado. No podía creer lo que
tenía ante sus ojos. Su corazón dio un vuelco y sin darse cuenta, se paró
durante un instante. No habían transcurrido más de cinco segundos cuando apartó
la mirada y prosiguió su camino, con paso decisivo y sin mirar atrás.
Julián bajó la vista, avergonzado, y empezó a
rebuscar por uno de los bolsillos laterales de su mochila, hasta que encontró
lo que buscaba: la carta que estuvo a punto de darle a aquel hombre que acababa
de ver hacía dos segundos. La desplegó y comenzó a leerla por enésima vez:
“Zaragoza.
21 de marzo de 2008.
Jacobo,
hijo, sé que he hecho las cosas mal desde el principio y que te debo una
explicación. No espero que me perdones, pero sí que quiero que me creas porque
aunque he sido un mentiroso todos estos meses, ya no tengo motivos para serlo
más. Estoy acabado, ya lo sabes. No he sabido manejar la situación y por ello
siento repulsión hacia mí mismo, hacia mi forma de ser. Desde que tu madre
murió, nos hemos ido precipitando como simples fichas de dominó. Ella fue
siempre el pilar fundamental de mi vida, y no mi trabajo, como ella y vosotros
os pensabais. Ser empresario de una constructora no era el sueño de mi vida,
pero sabes que te tuvimos siendo muy jóvenes, y me costó años llegar hasta ese puesto.
Desde que la prensa empezó a anunciar la creciente crisis inmobiliaria, dejé de
descansar por las noches. Y entonces pasó: la burbuja que llevaba meses
inflándose, explotó violentamente, salpicándonos a todos. La demanda cayó en
picado como los esquiadores en los juegos olímpicos, nuestra producción se
redujo a números inimaginables hace unos años. Aquella rentabilidad de la que
presumíamos se desvaneció, fue la bofetada que me sacó de lleno de esos
pensamientos nacidos de la más propia ignorancia. ¿Por qué? Porque no escuché
tus consejos, Jacobo. El dinero que llegamos a ganar me dejó sordo y ciego,
completamente. No sólo fui aconsejado por algunos de mis compañeros de la
empresa, sino que fuiste tú el primero que alegó a una posible crisis,
intentando advertirme de las consecuencias que podían acaecer en una situación
así. Yo siempre te he querido mucho, pero ya me conoces, no es algo que
demuestre muy a menudo. Nunca llegué a aceptar que no querías tomar las riendas
conmigo y proseguir la línea en este negocio. Tú siempre habías soñado con ser
médico. Todavía recuerdo aquella tarde de junio, cuando te acababan de mandar
tus resultados de la Selectividad y nos contaste a tu madre y a mí cuál era tu
verdadera vocación. Fui un completo egoísta y fue entonces cuando vi que te
perdía. Nunca he sido el mejor padre, lo reconozco, pero he trabajado muy duro
para que nunca nos faltara de nada. Entonces te ofrecieron la beca para
estudiar en Inglaterra, y la aceptaste a pesar de mi opinión al respecto. Pensé
que eso no era lo mejor para ti, pero un tiempo después, cuando vi que estabas
triunfando, me sentí orgulloso y no dudé en hacértelo saber. Llegaste a ser un
médico excelente, pero no entendías el mundo empresarial en el que yo estaba
sumido y es quizás por eso, por lo que no quise confiar en ti. Fui demasiado
estúpido para no darme cuenta de que también entendías la empresa, y decidí
ignorar rotundamente todo lo que me decías sobre ello.
No
sólo había perdido la empresa, sino que estaba totalmente arruinado y no tuve
el valor suficiente como para pedirte ayuda. Tú habías decidido retirarme la
palabra, harto de mi actitud. A pesar de mi egocentrismo, siempre he sido un
tipo muy reservado y, es por ello por lo que decidí aislarme en esta depresión
que me está consumiendo. Sólo te pido que algún día llegues a ponerte en mi
lugar, pero por favor, sé lo más feliz que puedas. Disfruta de tu mujer, y del
hijo que esperas y, sobretodo, afronta los obstáculos de la vida y no hagas
como tu padre, que siempre ha ido a machacarlos para así intentar
sobrepasarlos.”
Julián terminó de leer la carta mientras sentía que
una pequeña lágrima se deslizaba por su mejilla derecha.
—
Dos
años desde aquel día en el que decidí guardarme esta carta en vez de
entregarla, como gran cobarde que soy— murmuró Julián entre sollozos— y el
dolor del motivo por el que lo hice sigue perpetuo ahora.
Abrió el bolsillo donde tenía siempre guardada la
carta cuando otro papel asomó en él. Cuando Julián lo vio, lo reconoció al
instante: era el informe médico de aquel 21 de marzo de 2008 que, unas horas
antes de quedar con Jacobo para entregarle aquella carta, le informaba de su
desarrollo de un cáncer de pulmón en estadio IV, empezando a originar una
metástasis en los órganos más cercanos. Julián suspiró y emprendió su camino,
con ritmo tranquilo. El sol terminaba de esconderse mientras él reflexionaba
sobre cómo sería sorprendido por la muerte. Hoy mismo, dentro de unos meses…sus
propias expectativas habían sido superadas, mientras esperaba con cautela aquel
final que lo aguardaba.